domingo, 29 de enero de 2017

Día 2- ¿POR QUÉ HACEMOS LO QUE HACEMOS? por Loida Cañizares




Soy Loida, mamá de 2 estrellas y esposa de un solete.

Soy amante de los niños, de los libros, del mar, de los animales, de las largas veladas en familia, de las manualidades, del humor del bueno... y adicta al chocolate. También soy Maestra, especialista en Entidades No Lucrativas y en Neuropsicología Clínica.

Dedico mi tiempo a educar a mi estrella pequeña, guiar a la mayor, buscar pequeñas maneras de cambiar el mundo (aunque sea el que tengo cerca), y vencer mis defectos de la mano de Dios. Excepto mi adicción al chocolate. Ese es el único defecto que no estoy intentando vencer.

Puedes visitarme siempre que quieras en mi blog www.galletasyabrazos.wordpress.com

¿POR QUÉ HACEMOS LO QUE HACEMOS?

Años atrás, cuando supimos que nuestra hija pequeña sería una niña, no hubo necesidad de pensar un nombre para ella, porque su papá llevaba enamorado de un nombre desde mucho antes de que ella existiera. Pero yo quise averiguar si su nombre tenía algún significado especial. Descubrimos que tenía, no uno, sino tres significados. Los dos primeros, muy tiernos: Doncella de Dios y Prenda de Felicidad. Pero el tercero nos llamó la atención: Flecha Fuerte (o La que Vence en las Batallas). Aunque al no ser tan tierno, le dimos menos importancia; casi se nos olvidó.
Hasta hace unos meses.

Hace un tiempo, estaba navegando por uno de los blogs de educación cristiana que me gusta seguir. Habían lanzado una especie de marca comercial que se llamaba “Criando Flechas” (Raising Arrows), basada en el texto de Salmos 127: 3, 4: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud”.
Y de repente, el nombre de nuestra pequeña cobró un significado especial.
¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué dedicamos nuestra vida entera, muchas veces en exclusiva, a la crianza y la educación de nuestros hijos? ¿Por qué renunciamos a una gran parte, o en ocasiones, a toda nuestra vida profesional? ¿Por qué reorganizamos nuestra vida social? ¿Por qué dedicamos los días a realizar todo tipo de actividades, y las noches a prepararlas? ¿Por qué nos exponemos a la incomprensión social y a tener problemas legales?

¿Lo hacemos para liberar a nuestros hijos de un estrés prematuro e innecesario? Por supuesto que sí. ¿Para darles la oportunidad de que se desarrollen y aprendan a su ritmo? Claro. ¿Para que tengan tiempo de descubrir y desarrollar sus talentos? También.

Pero sobre todo, lo hacemos por una razón superior, mucho más profunda: porque nuestro mayor anhelo es que nazca en su corazón un amor profundo por Dios y por sus semejantes. Deseamos educarlos para el Reino. Deseamos que se despierten cada día de su vida con un anhelo profundo de Dios. Que hagan de Jesús su mejor amigo, consejero y guía. Que tengan un corazón sensible al sufrimiento y a la necesidad ajena. Que sueñen con encontrar la manera de mejorar las vidas que se crucen en su camino. Que sean capaces de defender sus principios, la verdad y la justicia por encima de todo.
Deseamos que sean grandes vencedores, flechas fuertes que lleven luz a un mundo que está en tinieblas.
Parafraseando a una gran educadora, soñamos con que nuestros hijos se conviertan en personas así, porque son las personas que bendicen al mundo con su existencia:

“La mayor necesidad del mundo es la de personas que no se vendan ni se compren; personas que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; personas que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; personas cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; personas que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.”

Y para eso necesitamos pasar cantidades ingentes de tiempo con ellos; enseñarles a ver a Dios en los pequeños detalles de la creación y en sus grandes maravillas, en contacto con la naturaleza; enseñarles a priorizar, a distinguir entre lo que es importante y lo que es imprescindible; enseñarles a disfrutar de los pequeños placeres de la vida; a valorar el trabajo bien hecho; proporcionarles oportunidades de ayudar a los demás; enseñarles a disfrutar de la compañía y la presencia de Dios.
Por eso hacemos lo que hacemos.

No es una tarea fácil. Pero tenemos a nuestro lado al Maestro de los Maestros, que tiene el mismo anhelo que nosotros, y que Su mayor sueño es abrazar a nuestros pequeños en Su Reino cuando llegue el momento.

3 comentarios:

  1. Me encantó! Gracias por compartir tu corazón. Me encanta como escribes!! Un abrazo de osa mayor :)

    ResponderEliminar
  2. Precioso Loyda y lleno de verdad! Gracias por compartir :) Un abrazo!

    ResponderEliminar